por Diana Barrera
Mi profesión es psicóloga educativa, y recuerdo que mi deseo desde pequeña era estar frente a grupo, pues ya desde entonces jugaba a la escuelita y ser maestra, mi primera intención fue hacerlo como Licenciada en Educación Preescolar, pero luego me desanimé y estudié psicología, pero tratando de seguir con lo que yo quería desde pequeña elegí el área educativa.
Durante las prácticas de formación en la carrera, tuve la oportunidad de adquirir algo de experiencia en educación especial, lo cual me encantó; también pude hacer practicas en kínder, primaria, secundaria y hasta con prepa. Cuando me tocó hacer mi servicio profesional me ofrecieron hacerlo a nivel medio superior y después las cosas se fueron dando; pues mi primer empleo ya como profesionista fue en un CECyTE dentro de orientación educativa, en INAEBA a la par y finalmente en VIBA y ahora también en una Universidad. La única vez que tuve contacto con empresa, fue como consultor externo dentro del área de instrucción y capacitación, pero sin mayor trascendencia, a lo largo de todo este recorrido, me di cuenta que me gusta mucho el estar frente a grupos, pues creo firmemente en que la educación cambia vidas y genera mejores opciones en las personas.
Pienso que la labor del profesor es humanizar, pues la educación humaniza como bien lo señala Savater*. Dice Sahagún** que “el hombre se hace hombre, sólo entre los hombres” y esa es la labor de los docentes: formar hombres cabales, capaces de dar respuesta a las exigencias de su entorno; el simple aprender se da con la interactividad del hombre con el objeto, pero la educación se logra con la interactividad y la interacción, en esa relación de yo con otros a través de la comunicación, con lo cual, se enriquece no sólo nuestro conocimiento, sino nuestra humanización.
Trabajar en el nivel medio superior ha sido revitalizante y enriquecedor, pues con los adolescentes aprendo mucho, en verdad creo que ellos me han dado más de lo que yo les he podido aportar. Su ingenio, tenacidad, valentía e idealismo son algo que los adultos deberíamos conservar y no perder. Esto es lo que realmente me satisface de mi trabajo el poder compartir con ellos mi experiencia y a la vez poder aprender con ellos ya que “Nadie sabe tanto, como todos juntos”.
Lo único que no me gusta de mi trabajo es el sentimiento de impotencia que a veces me llega, cuando no sé cómo lograr los objetivos, cómo aplicar lo aprendido en algunos cursos o cuando oigo las historias de algunos de mis alumnos en las que las opciones parecen ser mínimas y reducidas, cuando parece que todos los esfuerzos realizados fueron fútiles y sin trascendencia, cuando los resultados fueron nulos o imperceptibles, pero entonces recuerdo que es ahí cuando más hay que trabajar, más esforzarse y continuar. Pues como señala Fernando Savater* en su carta a la maestra “el ser educador implica ser optimista y creer en la perfectibilidad del ser humano”, no darte por vencido a pesar de las condiciones y continuar intentando e implementando lo que en tus manos esté.
Después de estos 14 años de trabajo con los adolescentes, me doy cuenta de que trabajar con ellos ha sido lo mejor que me ha pasado laboralmente, me gusta poder ser parte de su vida aunque sea sólo por un tiempo y me da una enorme satisfacción el que me busquen para contarme cómo les ha ido, o que me manden saludar con sus primos, hermanos o conocidos que ahora son mis alumnos.
Definitivamente como muchos de mis compañeros, nunca fue mi primera opción el trabajar con adolescentes, pero después de un tiempo, uno aprende a amar este trabajo y hacer de ello una fuente de felicidad y satisfacción.
Hasta Pronto y espero sus comentarios
*Savater, Fernando. “El Valor de Educar”. Editorial Ariel.
** Sahagún, J. (1996) “Las dimensiones del hombre” Ediciones sígueme. Salamanca, España.